lunes, 7 de septiembre de 2009

Todo lo que hace Dios es para bien




Extraído de El Jardín de las almas. Breslov Research Institute

Cuando la persona sabe que todo lo que le sucede es para su bien, esta percepción es un anticipo del Mundo que Viene.
Likutey Moharán I, 4

"¡Miserables! ¿Por qué nos están torturando por nada?"

En su cuento "El Sofisticado y el Simple", el Rebe Najmán nos cuenta que el Sofisticado demuestra, para su propia satisfacción, que no existe Rey en el mundo. Encendido por el celo de su propia sabiduría, el Sofisticado parte por el mundo, junto con un compañero, en una misión para tratar de convencer a los demás de su "verdad". Finalmente terminan perdiendo todo lo que tienen, pero aun así el Sofisticado se niega a admitir que puede estar equivocado.

Al final, el Malo los manda buscar. El Sofisticado se burla de la idea de que exista el Malo, pues no cree ni en el mal ni el bien. Pero negarse a aceptar la orden del Malo indicaría una inaceptable falta de confianza en sí mismo. De modo que el Sofisticado y su compañero siguen al mensajero del Malo.

Relata el Rebe Najmán: "El Malo había capturado al Sofisticado y a su compañero y los había llevado a una ciénaga. El Malo estaba sentado en un trono en medio de ese pantano y había arrojado al Sofisticado y a su compañero al barro. El pantano era espeso y pegajoso como pegamento y ellos no podían moverse, hundidos en ese fango.

"Cuando el Malo y sus cohortes comenzaron a torturar a los dos sofisticados, éstos comenzaron a gritar, ´¡Malvados! ¿Por qué nos están torturando? ¿Acaso existe algo así como el Malo? ¡Ustedes son unos miserables y nos están torturando por nada!´. Estos dos sofisticados aún no creían en el Malo y pensaban que estas eran personas malvadas que los torturaban sin motivo alguno..." (Los Cuentos del Rabí Najmán p. 93).

El Sofisticado había puesto como objetivo de su vida la negación de Dios. Es el ejemplo del escepticismo, lo opuesto de la fe. En lugar del Rey, se había entronizado a sí mismo. Negando toda autoridad externa y toda tradición, decidió ser el árbitro de todo lo que existe. El Sofisticado no creía en nada que no pudiera ver con sus propios ojos o comprender con la razón humana. Para él existía un solo mundo, aquel que podía mirar, tocar y sentir, el mundo de la naturaleza. No admitía que pudieran existir niveles de misterio espiritual invisibles para él.

Un mundo sin Rey es un mundo sin orden, un mundo de azar, sin bien absoluto ni mal absoluto, sin recompensa por la rectitud ni castigo por el pecado. De modo que cuando le llega el sufrimiento, el Sofisticado no le encuentra significado alguno. Habiendo desechado la idea de la Justicia Divina, no puede relacionar su sufrimiento con lo que ha hecho. No puede aprender ni crecer a partir de ello. Incapaz de explicarlo, lo encuentra absurdamente cruel. Y debido a que el Sofisticado le ha dado la espalda a Dios, Dios Le vuelve la espalda a él, si así pudiera decirse, ocultando Su unidad, castigándolo a través de una demoníaca pluralidad de fuerzas bizarras y sin sentido: "¡Ustedes son unos miserables y nos están torturando por nada!".

Es su propio ego el que está cegando al Sofisticado, impidiéndole percibir la verdad. Por esto debe ser castigado durante tanto tiempo. Sólo al final, cuando esté totalmente apaleado y aplastado, se verá forzado a admitir la derrota, a admitir que hay un poder mayor que él mismo. Al final del cuento, cuando se da cuenta que es incapaz de liberarse por sí mismo, el Sofisticado comprende finalmente que sólo mediante la intervención del santo Hacedor de Milagros podrá ser salvado. "...Y se vio forzado a admitir la verdad, que hay un Rey" (Ibid. p. 94).

La ciénaga... ¡qué metáfora tan gráfica para describir algunas de las cosas que les suceden a las personas en este mundo! Cuántas veces en la vida nos encontramos atrapados, y no importa con cuánta fuerza tratemos de despegarnos, seguimos aprisionados en el fango pegajoso, incapaces de liberarnos.

¿Y cómo respondemos a esto? Bueno, sólo somos humanos. Un Sofisticado se queja en su corazón: "¿Por qué? ¿Por qué?... ¡Esto no es justo!... ¿Qué hice para merecerlo?... ¿Por qué Me haces esto a mí? Si esto es lo que Tú haces, ¿por qué debería creer en Ti? ¿Por qué debería seguir Tus reglas?".

Cuánto de la vida transcurre en la ira, en la queja, en la protesta, en el rencor, en las recriminaciones, en la amargura y en el odio. Cuánta energía se gasta en vanas batallas contra molinos, y en infinitas campañas en contra de los aparentes perpetradores de los daños y las injusticias que la gente siente que ha sufrido. "¡Miserables, nos están torturando por nada!".

"Todo lo que hace Dios es para bien"

En el otro extremo del espectro se encuentra el Rabí Akiva, ejemplo de fe. El Talmud relata cómo cierta vez el Rabí Akiva estando de viaje llegó a cierto pueblo donde los habitantes, poco hospitalarios, se negaron a albergarlo. Aun así, el Rabí Akiva dijo, kol deavid Rajmana, le-tov avid - "Todo lo que hace el Misericordioso es para bien", y de este modo fue a pasar la noche en el campo. Llevaba una lámpara, un gallo para despertarlo y un burro. Un viento apagó su lámpara, un gato comió su gallo y un león mató el burro. El Rabí Akiva quedó solo, en la oscuridad, pero aún dijo, "Todo lo que hace el Misericordioso es para bien".

En medio de la noche un grupo de bandidos atacó el pueblo y se llevó cautivos a sus habitantes. Entonces el Rabí Akiva dijo, "Ahora veo cómo todo lo que hace el Santo, bendito sea, es para bien. Si mi lámpara hubiera estado prendida ellos me habrían visto. Si el gallo hubiera cantado y el burro rebuznado, ellos habrían sabido que estaba aquí y me habrían llevado también" (Berajot 60b).

Esta no es quizás una historia sobre el sufrimiento, al menos no en cuanto al Rabí Akiva concierne, pero ciertamente habla sobre las cosas que no salen como uno las ha planeado. El Rabí Akiva es un creyente. No sólo intelectualmente. Su creencia tiene un efecto práctico sobre la manera en cómo conduce su vida y responde a lo que le sucede. Tiene la humildad de aceptar que una fuerza más grande que él mismo controla el mundo en general y su vida en particular. Y esto no significa que el Rabí Akiva sucumbió a la pasividad y a la resignación. No, él es un hacedor, tiene muchos planes y trata de hacer lo que puede. Cuando las cosas no salen de la manera en que él pensó que deberían hacerlo, no se molesta. Acepta el inconveniente, porque cree que Dios sabe mejor que él cómo funcionan las cosas.

El Rabí Akiva llama a Dios Rajmana, el Misericordioso. No importa lo que suceda, el Misericordioso hace que todo sea para bien, incluso cuando el Rabí Akiva no puede comprender cómo. Y al final se reveló en verdad cómo la mano de la Providencia estuvo trabajando, a cada instante, para hacer lo necesario en vista de salvar al Tzadik del castigo de los malvados.

El Talmud dice que el Rabí Akiva pasó la noche "en el campo". Quizás sea el Campo Superior, el Jardín de las Almas del cual habla el Rebe Najmán en su lección: el regocijo del objetivo final de la vida. Al cerrar sus ojos ante las dificultades del mundo físico, el Rabí Akiva se transporta al "campo": focaliza su ojo interior en el mundo espiritual de la Unidad.

El Rabí Akiva era una expresión viviente de la Emuná, nuestra fe en el Dios Único, tal como lo expresamos cada día en el Shemá: "Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es Uno". Dios en Sí Mismo está más allá de toda comprensión. Él Se revela al mundo a través de diferentes facetas. Están los aspectos de Jesed, Misericordia, aludido en el nombre "Señor" (IHVH) y Guevurá, Poder y Juicio Estricto, aludidos en el nombre "Dios" (Elokim). En el Shemá afirmamos que las dos facetas son una: El Señor es Elokim. Elokim es el Señor. El Señor es Uno.

La vida presenta diferentes aspectos. A veces las cosas nos van bien y percibimos la Misericordia. Otras nos sentimos bajo una nube y nada sale de la manera que deseamos. Las cosas parecen estar mal. Pero en el Shemá expresamos nuestra fe en que el Dios Uno está en control de todas las circunstancias de la vida. Que incluso las cosas difíciles provienen de Dios. Cuando los eventos se presentan de manera diferente a como nosotros hubiéramos querido, ello no significa que la vida es cruel y sin propósito. La dificultad y el sufrimiento no son arbitrarios. Provienen de Dios, tanto como las cosas buenas.

Dios es Rajmana, el Misericordioso. Todo lo que Él hace por nosotros es para nuestro bien último. Dios es perfección, y el amor más grande se muestra en el hecho de que podamos acercarnos a Él y conocerlo. Pero somos como niños que han crecido pero que aún desean ser pequeños: no nos gusta dejar detrás las indulgencias de nuestra infancia, el materialismo, en aras de la madurez, la vida del espíritu. El ego mundano dice, "Yo quiero que las cosas sean a mí manera". Pero los buenos padres saben que si uno ama a su hijo debe ser firme. Es necesario negarle cosas que finalmente le harán daño, y hay que incentivarlo para que haga el esfuerzo de alcanzar las cosas que serán buenas.

La mano del Juicio Estricto opera en unidad y conjunción con el lado de la Misericordia Compasiva. Ambos se complementan mutuamente, trabajando por el mismo objetivo, que es hacer descender el amor de Dios sobre nosotros, lo que significa Su revelación. Dios es Uno, EJaD. La suma de los valores numéricos de estas letras, la guematria, es 13. Este es el mismo valor que la guematria de AHaVaH, Amor. Trece atributos de Misericordia. La unidad perfecta.

Cuando decimos el Shemá, la declaración de nuestra fe, nos ponemos la mano sobre los ojos y los cerramos. Este mundo material fue diseñado para probarnos. Aquí las cosas no pueden tomarse tal como se presentan, las apariencias pueden ser muy engañosas. Dios en general está oculto, especialmente cuando las cosas están mal y no podemos ver hacia dónde nos llevan. Cerramos nuestros ojos y los cubrimos con la mano para poder centrarnos en el ojo interior del mundo de la verdad. Shemá Israel, el Señor es Elokim. Elokim es el Señor. Misericordia implica Firmeza. Firmeza es una parte de la Misericordia. El Señor es Uno.